Es el espíritu de los muertos, que regresan del otro mundo a
cumplir alguna penitencia o el alma de los que van a morir y están recogiendo
sus pasos antes de abandonar la tierra. Estas almas en pena, son entes etéreos
que se anuncian a los vivos con un silbido lúgubre muy característico, con la
resonancia de sus pisadas o con ruidos de las cosas o muebles que tocan
causando temor y espanto a los que escuchan.
Algunas veces los tunchis se materializan bajo la forma de
espectros o fantasmas de blancas vestiduras, que se desplazan a baja altura sin
tocar el suelo.
Vaga por las noches oscuras de la selva, como alma en pena,
unos dicen que es un ave, otros que es un espíritu del mal “diablo” que goza
aterrorizando a la gente. Pero nadie lo ha visto, y todos lo reconocen con
temor cuando en plena oscuridad lanza al aire un silbido penetrante
“fin....fin...fin...” que por instantes se pierde en el monte a lo lejos, pero
vuelve a silbar ya sobre el techo de una casa o a la orilla del río. Todo es
tan rápido que la gente solo atina a persignarse o rezar, porque existe la
creencia de que cuando silva con insistencia, por los alrededores de un pueblo,
anuncia malos presagios y cuando lo hace sobre una casa enfermedad o muerte.
Burlarse del tunchi, insultarlo, puede costarle caro al
atrevido, ya que lo hará enfurecer y entonces atacará con mayor insistencia,
silbando... silbando... lo perseguirá tanto que hasta el más valiente terminará
entrando en pánico, que puede llevarlo a la locura o muerte.
Dice la leyenda (aunque tal vez sea un caso que se deriva de
esta), que una chica acababa de entrar a un convento como misionera y fue
trasladada a la selva, ella venía de España.
No conocía muy bien las leyendas, y sobre todo por ser
religiosa las que conocía, no les tomaba importancia. Esa noche, se habían
reunido todas las monjas después de un viaje en lancha hasta un tribu llamada
Los Boras, a rezar el rosario nocturno, como lo hacían diariamente.
Cuado iban por el segundo Ave María escucharon un silbido
muy agudo, casi como el que hace una uña contra la pizarra, pero era diferente,
era un silbido de alguna criatura. A la monja le extrañó que todas se hubieran
quedado paralizadas y nadie dijera nada. Ella dijo: "¿Qué pasa? ¿No lo
oyen, es horrible? ¿Qué es eso?". Las demás se miraron y parentemente se
asustaron. En el instante en que la monja terminó la pregunta, el silbido cesó.
Todas se fueron a la cama, como si nada. Esa misma noche,
todas dormían cuando escucharon un grito desgarrador que provenía de uno de los
cuartos. Era la monja, no se sabe como enloqueció y aparentemente se suicidó.