Muchos siglos atrás, en Birmania, había un templo dedicado a
Tsun-Kyan-Kse, la diosa budista de la transmutación. Allí vivían cien gatos de
largo y hermoso pelo blanco y ojos amarillos.
Se creía que dentro de estos animales sagrados habitaban las
almas de los monjes que habían fallecido.
La diosa Tsun-Kyan-Kse estaba representada por una estatua
con los ojos de zafiro azul y un monje, llamado Mun-ha, tenía la costumbre de
rezar todas las tardes ante ella acompañado por uno de los gatos, Sinh.
Cierta desventurada tarde, unos bandoleros de Siam asaltaron
el templo para robar sus riquezas y atacaron al anciano monje, hiriéndole
fatalmente ante la mirada del gato Sinh.
En el momento de la muerte de Mun-Ha, Sinh puso sus patas
sobre él y miró hacia los ojos de la estatua de la diosa. La tradición cuenta
que, en ese instante, el alma del monje se introdujo en el cuerpo del gato.
El pelaje blanco de Sinh adquirió el tono dorado de la diosa
y sus ojos amarillos se volvieron azul zafiro. Su rostro, cola y piernas
oscurecieron con el color marrón de la tierra. Sus zarpas continuaron siendo
blancas como la túnica de su amigo, el fallecido Mun-Ha.
Cuando los atónitos y asustados monjes vieron la
transformación de Sinh, se llenaron de valor y lucharon contra los bandidos
hasta hacerlos huir.
A la mañana siguiente, los otros 99 gatos del templo habían
sufrido el mismo cambio que Sinh, dando así lugar a la raza felina llamada “el gato
sagrado de Birmania”.
En cuanto a Sinh, pasó nueve días sin comer ni beber hasta
que murió, llevándose con él, al paraíso, el alma de su amado amigo Mun-Ha.