En los antiguos registros que los milenios han borrado, se
dice que llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se
dió cuentra de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los
siete sacerdotes de la caverna de los truenos.
No siendo amigos de
la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de
provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron
para siempre.
Pero ahora era
preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el
desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los
sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría
hacerse contra esas fuerzas que hoy llamos sencillamente naturales y que sería
mejor rendirles culto y pleitesía, adorar a esos dioses y rogarles fueran
magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.
Y en ese mismo lugar
en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios del trueno,
los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín,
que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió
culto al Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número
de nichos tiene este pasmoso monumento invocando el buen tiempo en cierta época
del año y la lluvia, cuando es menester fertilizar las sementeras.
Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el
mundo como pirámide o templó de El tajín en donde curiosamente parecen
generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.
Así nació la pirámide
de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por
aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros,
mucho antes de la llegada de los totonacas, cuando el mundo parecía comenzar a
existir.
Fuente: La Casa del Trueno Leyendas Mexicanas Varias