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martes, 27 de enero de 2015

Leyendas-El origen de los Brocardos


En la jurisprudencia española, más de 300 resoluciones del Tribunal Supremo emplean el término brocardo como sinónimo de axioma jurídico; por ejemplo, el cuarto fundamento de derecho de la sentencia 811/2014, de 3 de diciembre, se refiere a que cabe invocar el principio objetivo de responsabilidad por riesgo acorde con el brocardo "qui sentit commodum, debet sentire incommodum"; sin embargo, paradójicamente, la RAE aún no admite esta voz en castellano por lo que debemos buscar su definición en otros diccionarios. 

En francés, según el Grand Larousse Universel [París, 1989, tomo III, p. 1516] es una regla de derecho expresada de forma enérgica y concisa. Este volumen también aporta otro dato interesante: brocardo procede del latín brocardus y es un epónimo; es decir, se trata de una palabra que se ha formado a partir del nombre de una persona [como sucede con el delito de simonía; los sustantivos boicot, guillotina, linchamiento o tontina; o el adjetivo draconiano]. Llegados a este punto, la pregunta es evidente: ¿desde cuándo se denomina así a los aforismos jurídicos [dura lex sed lex, non bis in idem, iura novit curia, pacta sunt servanda, nullum crimen nulla poena sine lege, etc.] y quién fue el personaje histórico que lo inspiró?

Su origen se remonta a comienzos del siglo XI. Justo en el año 1000 de nuestra era, Burchard [Burkhard o Burcardo] es designado obispo de la ciudad alemana de Worms (Renania-Palatinado). Hasta su fallecimiento, en 1025, desde su sede en la impresionante catedral imperial de san Pedro logró recopilar dos grandes colecciones de Derecho Canónico para facilitar la divulgación y conocimiento de las normas que, por aquel entonces, regulaban tanto la organización y funcionamiento de la Iglesia como el culto católico; Lex familiae wormatiensis ecclesiae y Decretum. Aquellas recopilaciones de reglas tuvieron tanto éxito que a partir de la adaptación latina de su nombre, Buchardus Wormatiensi, se creó la voz brocardo con la que, desde entonces, se conocen los habituales “latinajos” en el ámbito del Derecho.
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