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jueves, 26 de junio de 2014

Mitos y Leyendas ... Diosa Enio


Esta diosa aparecía representada como una mujer fuerte, valerosa, generalmente en actitud de combate, en algunos relives aparece luchando, siempre dando ánimos y primando el coraje de sus compañeros de lucha, conocida por el epíteto homérico de “Destructora de Ciudades”.

Enio era la compañera perfecta de Ares: si uno era el dios de la la Guerra, la otra era la diosa de las Batallas, de hecho se consideraba que Ares y Enio eran hermanos que frecuentemente acudían juntos a la guerra, con Enio encargada de preparar la má­quina de guerra para Ares, su carro.

Tanto Ares como Enio recibieron un culto muy arraigado y pro­fundo en Roma, tanto en la ciudad como en el Imperio, recibiendo un tributo similar a la diosa Belona, cuyo templo en Roma servía para mantener las reuniones de los senadores con emisarios extran­jeros, como muestra del peligro que todo lo foráneo podía provocar. Además era el lugar donde los feriales, casta militar de sacerdotes, estaban autorizados a declarar la guerra contra los enemigos.

Las fiestas en honor de esta divinidad estaban controladas por es­tos sacerdotes y en ellas participaban fundamentalmente hombres, que en las procesiones recorrían las ciudades autolesionándose, para conseguir los favores de la diosa. En Tebas y Orcómeno se celebraba un festival en honor de Zeus, Deméter, Atenea y Enio.

Leyendas y Mitos.. .La Casa del Trueno (Leyenda Totonaca) parte 2


Pasaron los siglos…

Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones. Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres más felices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil penurias en las aguas borrrascosas de un mar en convulsión habían por fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza, agua y clima hermoso.

Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos mismos se dijeron totonacas.

Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos, relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amendrantarlos.

En los antiguos registros que los milenios han borrado, se dice que llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dió cuentra de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de los truenos.

No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.

Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamos sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía, adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.

Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene este pasmoso monumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando es menester fertilizar las sementeras.

Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o templó de El tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.

Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros, mucho antes de la llegada de los totonacas, cuando el mundo parecía comenzar a existir.

Nota: Los Totonacas eran indígenas que ocupaban el territorio 

Mitos y Leyendas ..La Casa del Trueno (Leyenda Totonaca) parte 1


Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos. Eran tiempos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas, conocidas hoy como totonacas, que poblaron el lugar de Veracruz que después llamaron Totonacan. Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran 28 y ventiocho días componen el ciclo lunar.

Siguen diciendo las viejas crónicas que se han convertido en asombrosas leyendas, que esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo. Y poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.

Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres. Ycuanto mas arrastraban los cueros mayor era el ruido que producian los torrentes y cuanto más se golpeaba el gran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias.

Leyendas y Mitos......Tifón


Tifón o Tifeo era un monstruo terrorífico, resultante de una unión entre Gaya (madre tierra) y Tártaro, el más profundo e in­hóspito lugar del inframundo. Su fuerza era como la de un buey y tenía 100 cabezas de serpiente con lenguas negras y ojos de fuego que brotaban de sus hombros. Todas sus cabezas tenían sus propias voces, pro­duciendo indescriptibles sonidos. Una po­día hablar el lenguaje de los dioses, mien­tras otras podían mugir como un toro, rugir como un león, otras ladrar como una jauría de sabuesos o hacer extraños sonidos siseantes… Los ruidos eran aterradores y con ellos Tifón pretendía dominar el mundo.

Cuando puso sus ojos sobre Tifón, Zeus, el dios de los dioses, hizo temblar los cimientos del Olimpo. Sus rayos y el fuego del monstruo causaron tal estrépito en la tierra, en los mares y en el cielo que incluso Hades y los titanes encerrados en el Tártaro se sentaron gritando y temblando de miedo. Zeus reunió todos sus rayos y truenos y descendió del Olimpo para golpear a Tifón y a todas y cada una de sus 100 cabezas. En llamas, el monstruo huyó y se derrumbó, causando fuegos y arrasan­do todo aquello que tocaba. Zeus expulsó a Tifón al Tártaro y allí encerró también de ahí en adelante a las fieras galernas, que podían poner en peligro a la humanidad.

Ese es el origen del nombre de los tifones, en el sentido que le damos hoy día.

En otra versión del mito, Zeus debió esforzarse más en eliminar a Tifón, pues en un momento de la batalla el monstruo le arrebató su hoz y le cortó los tendones, dejándolo cojo para siempre. Tifón se hizo después con los rayos y truenos de Zeus y pidió a otros monstruos que se los guardasen junto a los tendones. Después, Hermes engañó al monstruo y dotó de movilidad a Zeus de nuevo. El dios acudió al Olimpo a coger más rayos y truenos y condujo a Tifón al monte Nisa, donde fue víctima de la trampa hurdida por las Moiras (ver Moiras, Las), que le aconsejaron comer carne humana para hacerse incluso más fuerte. Pero esta comida lo debilitó seriamente. Una confrontación entre el rey de los dioses y el monstruo tuvo lugar en una montaña de Tracia, que culminó con Zeus persiguiendo a Tifón por la cos­ta sur de Italia y enterrando al monstruo bajo la isla de Sicilia, donde hasta el día de hoy el volcán en el monte Etna sigue emitiendo el aliento caliente y venenoso del monstruo.

Según otra historia, tras la aparición de Tifón, los dioses huyeron despavoridos a Egipto y se ocultaron haciéndose pasar por animales. Apolo se convirtió en cuervo, Dioniso en ciervo, Artemisa en gato, Hera en vaca blanca, Afrodita en pez y Hermes en ibis. Incluso Zeus asumió una nueva forma, cambiándose a sí mismo en un carnero, motivo por el cual el dios Amón de los egipcios se identifica con Zeus y es representado con cuernos de carnero. Según el historiador Herodoto, Tifón murió en Egipto a manos de Apolo, que en Egipto se identifica con Horus, hijo del dios de la muerte y de la resurrección, Osiris.

Antes de ser finalmente derrotado, Tifón fue padre de una horda de monstruos, nacidos de su unión con la serpiente Equidna. De ellos nacieron la Quimera, el dragón Ladón, la Esfinge, el berraco Cromión, el león de Nemea y el águila que comía el hígado de Prometeo.

Mitos y Leyendas --El mito de Níobe


Una de las figuras más trágicas de la mitología griega es la reina Níobe. Era hija de Tántalo, quien había sido condenado en los Infiernos a sufrir eternamente de hambre y sed por haber robado la comida de los dioses.

Níobe, hermana de Pélope, se había casado con Anfión, un gran músico que había ayudado a construir las murallas de Tebas atrayendo a las rocas con el sonido de su lira. Los dos esposos llegaron a ser reyes de esta ciudad.

Níobe tenía un gran motivo de orgullo. No era por su belleza, aunque era hermosa, ni por la habilidad de su esposo, ni por su reino ni por sus posesiones. Había dado a Anfión siete hijos y siete hijas, todos de gran belleza, y en ellos basaba toda su felicidad. Habría podido vivir una larga vida de dicha, pero sus palabras de orgullo trajeron la desgracia a su casa.

En una ocasión, cuando se celebraban los ritos de adoración para Latona y sus dos hijos, los dioses Apolo y Artemisa, la reina Níobe dijo a quienes la rodeaban:

-Qué tontería es el adorar a seres que no pueden ser vistos, en lugar de rendir pleitesía a quienes están frente a vuestros ojos. ¿Por qué adorar a Latona y no a mí? Mi padre fue Tántalo, quien se sentó a la mesa de los dioses. Mi esposo construyó esta ciudad y la gobierna. ¿Por qué preferir a Latona? Yo soy siete veces más dichosa, con mis catorce hijos, mientras ella tiene solamente dos. Cancelen esta ceremonia inútil.

El pueblo de Tebas la obedeció, y los rituales quedaron incompletos. Pero Latona había escuchado las palabras de Níobe, y ssu venganza no se hizo esperar. Llamó a sus hijos Apolo y Artemisa, les repitió las palabras de Níobe y los envió a castigar el orgullo de esa mujer.

Ocultos por las nubes los dos dioses pusieron pie en las torres de Tebas. Frente a la ciudad se celebraban juegos atléticos, en los que participaban los hijos varones de Níobe y Anfión. Apolo tomó su arco y sus flechas, y uno a uno mató a los jóvenes. El menor de ellos, el único que quedaba, gritó al cielo: -¡Perdonadme, oh dioses! -Apolo quiso respetar su vida por su ruego, pero la flecha ya había abandonado su arco y el muchacho cayó muerto.

Advertida por los gritos de la gente, Níobe llegó al campo donde se encontraban los cuerpos de sus hijos. A su alrededor estaban sus hijas, que compartían con ella su dolor. Pero una a una, ellas también fueron cayendo sin vida, por los dardos lanzados por Artemisa.

Abrazando a la más pequeña, mientras las demás yacían a su lado, Níobe gritó: -¡Dioses, dejadme al menos una! -Pero fue inútil, pues pronto la niña se desplomaba con una flecha en su pecho.

Al ver a sus hijos muertos, Anfión se enfureció. Se dirigió al templo de Apolo e intentó prenderle fuego, pero el dios lo abatió con sus flechas. Níobe tomó en sus brazos el cuerpo de la más pequeña de sus hijas y huyó enloquecida a Asia Menor. Los restos de su familia permanecieron insepultos durante nueve días, pues los dioses habían transformado en piedra a los habitantes de Tebas. El décimo día, los propios dioses les dieron sepultura.

Níobe vagó con el cadáver de su hija hasta llegar al monte Sípilo. No pudo avanzar más, pues su dolor no le permitía moverse. El viento no agitaba su cabello, sus ojos quedaron fijos en el rostro de su hija, la sangre dejó de fluir dentro de ella. Se transformó en una roca, pero sus ojos siguieron vertiendo lágrimas que dieron origen a un manantial.

Existe otra doncella de nombre Níobe, que era la primera mortal con la que se unió Zeus, pero esa es otra historia.

MITOS Y LEYENDAS....Los hijos de Milé


Se decía que los Tuatha de Danann fueron los amos de Irlanda hasta que llegaron los hijos de Milé, llamados tam­bién goidels o scots, cuyo ancestro mítico era Milé.

Milé era hijo de Bile, dios de la Muerte, del que creían descender todos los celtas. En cuanto a su lugar de origen, una tradición, ya de origen cristiano, cuenta que cuando los hijos de Israel atravesaron el mar Rojo con Moisés, fueron perseguidos por un grupo de egipcios. Éstos se ahogaron al cerrar Moisés el mar Rojo tras el paso de los israelitas.

Moraba entre los egipcios un noble de origen escita, que tenía una familia numerosa; los escitas lo habían destronado y se exilió en Egipto, pero no participó en la persecución de los israelitas. Los su­pervivientes egipcios lo echaron de su tierra, pues temían que ha­biendo muerto en la persecución todos sus nobles, este escita pre­tendiera convertirse en rey del país.

Viajó con su familia y acabó arribando a las costas de la península Ibérica (nombre por el que tradujeron la palabra mitológica celta de «país de los muertos»), donde se estableció y multiplicó su raza. Bregón, abuelo de Milé, construyó allí una torre, y su hijo Ith, con­templando desde lo alto de aquella torre el mar, vio a lo lejos las tie­rras de Irlanda, y decidió viajar a ellas.

Cuando desembarcó, no encontrando a nadie en la costa, se en­caminó hacia el interior. Fue bien acogido por los tres reyes Tuatha de Danann que entonces gobernaban la isla, pero después lo mata­ron. Cuando sus familiares se enteraron volvieron a Iberia en sus na­ves, llevando el cadáver de su jefe. Para vengarlo, la raza de Milé decidió emigrar al completo a Irlanda, donde llegaron un jueves primero de mayo, decimoséptimo día de la luna, fiesta del dios Bel-tené (uno de los nombres del dios de la Muerte). Tres días después empezaron su lucha contra los Tuatha de Danann.

Esta primera invasión fracasará, pero habrá una segunda invasión donde los hijos de Milé triunfarán en sus luchas y quedarán como dueños absolutos de Irlanda.

Leyendas o Mitos...Lugh


El principal de los dioses del panteón celta era hijo de Del-Bath, que es un fomoireo o genio maléfico, y Eri, aunque la mayoría de los dioses aparecen como progenitores de Lugh. Gue­rrero, sabio, mago, músico y maestro de todas las técnicas, es el jefe de los Tuatha de Danann.

Los fomoireos ocupaban Irlanda oprimiendo a sus habitantes, mientras el rey de los Tuatha de Danann, Nuada, que había perdido un brazo en combate, estaba impedido para reinar. Los Tuatha de Danann, para atraerse la simpatía de sus subditos, eligieron como rey al fomoireo Bres, pero éste resultó ser un mal rey. Después de algún tiempo, obligaron a Bres a restituir el poder, ya que el dios-médico Diancecht, había fabricado para Nuada la prótesis de un brazo de plata con todas las cualidades de un brazo natural.

Bres huyó a casa de su padre, el rey de los fomoireos, para reclutar una inmensa armada e invadir Irlanda. Se presentó entonces un joven y brillante guerrero, Lugh, que pretendía poseer todas las cua­lidades necesarias para gobernar, lo que demostró, primero con el arpa tocando los tres aires de la música irlandesa (el aire que hace llorar, el aire que duerme y el aire que da alegría); volvió a poner en su sitio la piedra de Fal, que solo podían desplazar ochenta bueyes y, por fin, ganando un torneo de ajedrez contra el rey.

Nuada quedó asombrado y le proclamó sabio entre sabios, otorgándole además el trono durante trece días para que pudiera organizar el combate contra los fomoireos.

Lugh comenzó distribuyendo las tareas para comenzar la pelea, así los druidas unirían las aguas en contra de los fomoireos, los artesanos se encargarían de fabricar las armas, los campeones llevarían el peso de la lucha, los médicos curarían a los heridos… todo estaba tan bien ordenado que los fomoireos fueron vencidos y Bres hecho prisionero, aunque se le perdonó la vida con la condición de que en­tregara los secretos de la prosperidad.

La participación de Lugh fue limitada, ya que era muy valioso por sus conocimientos, permaneciendo por encima de la pelea; aun así recorrió los dos frentes mientras pronunciaba la maldición suprema, provocando así la victoria. Además, consiguió, con un golpe de honda, reventar el ojo de Balar, cuya mirada era paralizante.

En las representaciones de este dios se conjugaban los elementos divinos y los terrenales, apareciendo como un hombre de edad madura, con las orejas y los cuernos de un ciervo y portando un torque sa­grado, acompañado de una serpiente con cabeza de carnero.

Mitos o Leyendas ..... Bóreas


Bóreas era el dios del viento del norte, hijo de Eso. Diosa del alba, y del titán Estraces (Astro). Vivió en Tracia. Al norte del mar Egeo. y su naturaleza era muy distinta a la de Zephyrus (Céfiro), el suave viento del oeste, ya que eran famosas sus terroríficas tormentas. Se le representa con una figura con dos rostros y enormes alas.

Bóreas raptó en cierta ocasión a Orithyia (Oricia), hija de Ercchlheus (Erecteo), rey de Atenas. Mientras bailaba a orillas del río Ilissus (Iliso), la cubrió con una nube y se la llevó de Tracia. Con él tuvo dos hijas y dos hijos, los dos héroes alados Calais y Celes que se unieron a Jasón en el Argo para llegar a Colchis. Durante el viaje, Calais y Cetes liberaron al rey Fineo de la persecución de las Harpías (ver Argonautas, Los).

Existía un vínculo especial entre Bóreas y Atenas, con unos festivales anuales que se hacían en su honor. Estaba claro (pie el viento del norte se aliaba a menudo con los atenienses, como quedó demostrado en la batalla marina de Artemisaium (Artemisao) en el 480 a.C. cuando Bóreas causó estragos entre la flota persa que estaba derrotando a los griegos pese a su superioridad numérica.

Mitos o leyendas………….. Los Gigantes


Los gigantes eran criaturas abominables que surgieron de la sangre de Urano verti­da sobre Gaya, la madre tierra, cuando aquél fue castrado por su hijo Cronos. Su creación coincidió con la de los titanes, las Erinias y las ninfas Meliseas.

Los gigantes no sólo eran grandes y tenían una fuerza descomunal, sino que su misma apariencia era ya aterradora. Tenían pelo largo y barbas descuidadas, con pier­nas de las que salían serpientes.

Cuando terminó la Guerra de los Titanes, Zeus les encerró en el Tártaro, la parte más lúgubre del Averno, y Gaya, colérica por ello, hizo que sus hijos los gigantes iniciasen una revuelta contra Zeus y los otros dioses del Olimpo (ver Gaya y Titanes, Los). Zeus sabía que sólo podría derrotar a los gigantes con la ayuda de un mortal distinto a los demás. Así fue como concibió al formidable Heracles con Alcmene (ver Heracles). También Gaya se preparó para la lucha y sembró una planta para hacer inmortales e invencibles a los gigantes. Zeus entonces le pidió a Helios, a Selene y a Eos que hiciesen desaparecer la luz. El universo quedó sumido en la pe­numbra y Zeus aprovechó la situación para recoger la cosecha antes de que lo hi­ciesen sus oponentes.

La Guerra de los Gigantes tuvo lugar en Palene, Tracia, y empezó cuando los gigantes lanzaron rocas y ramas encendidas a los dioses del cielo. Los gigantes más importantes eran Eurimedón, Alcioneo y Porfirion. La importancia de Alcioneo radica en su lugar de nacimiento, motivo por el cual, tras haberle asaeteado con sus flechas envenenadas, Zeus le saca de Palene para que muera. El dios supremo dispuso después que Porfirion sintiese un deseo irrefrenable hacia Hera, su esposa. Cuando el gigante le había arrancado la túnica y se disponía a violarla, Zeus le golpeó con uno de sus rayos, siendo Heracles el encargado de rematarle con sus flechas. Diversos dioses llevaron a cabo grandes heroicidades durante la guerra. Apolo lanzó una flecha al gigante Afialtes justo entre los ojos; Atenea enterró al gigante Encelado en la isla de Sicilia y desolló vivo al gigante Palas; Hefesto enterró bajo el Vesuvio al gigante Mimas, y Poseidón arrojó parte de la isla de Cos sobre el gigante Polibotes para así crear la nueva isla de Nisiro. Hermes, Artemisa, Hécate y las Moiras también lucharon junto al resto de los dioses hasta conseguir la victoria después de diez años.

Leto (Mitos Maternales)


Leto es la madre de Apolo y Artemisa (de Zeus). Ella es de la primera generación divina, hija de Ceo y Febe, ambos titanes.

Cuando Leto quedó embarazada, Hera -esposa de Zeus- sintió celos de ella y para castigarla prohibió que Leto pudiera dar a luz en cualquier parte de la Tierra. Como consecuencia, Leto andaba errante, buscando un lugar que estuviera fuera de la cólera de Hera para tener a sus hijos.

Según unas versiones, después de mucho andar, Leto encontró asilo en una pequeña isla desierta conocida como Ortigia entre los dioses donde pudo tener a sus dos hijos. Apolo dios del sol y de la luz y Artemisa, la diosa virgen de la cacería, nacieron en esta isla perdida, y por eso cambió sus nombre a Delos, la brillante, y además fue recompensada por los dioses, quienes le otorgaron cuatro columnas bajo ella para que siempre estuviera firme.

De acuerdo con otras interpretaciones, la maldición de Hera fue que Leto no podía parir en ningún lugar donde llegaran los rayos del sol. Ante esto, Zeus ordenó a Bóreas que llevara a Leto ante Poseidón (dios del mar), quien fabricó una bóveda con las olas del mar por encima de la isla, y así al reguardo del Astro Rey, Leto pudo tener sus hijos.

Leto tuvo que sufrir los dolores de parto durante nueve días y nueve noches, ya que si bien todas las diosas llegaron para asistirla en la empresa, Hera y Ilitía, quien era la diosa de los alumbramientos, se habían quedado en el Olimpo. Al cabo de los nueve días, todas las divinidades llamaron a Ilitía, con la condición de que si iva le regalaban un collar de oro y ámbar de nueve codos de longitud. Ante esto, Ilitía no se negó y los divinos niños nacieron.

Pero la ira de Hera era inagotable e incanzable, por lo que Leto se vio obligada a huir a la tierra de los Hiperbóreos, su residencia más común, transformada en loba. Es debido a esto que Apolo recibía el epíteto de Licógenes que quiere decir hijo de lobo.

Zeus (Júpiter Romanos)


Zeus era hijo de los titanes Cronos y Rea, y fue el dios supremo de los griegos, que vivía en el monte Olimpo al noreste de Grecia. Allí moraba con su esposa Hera y los otros diez dioses mayores.

Homero a menudo le llama «el que acumula nubes». Regía y explotaba todas las fuerzas de los cielos, la lluvia, la nieve, el granizo y la tormenta. A él se asocian cria­turas como el águila, el ave de presa que reinaba en los cielos y con cuya forma raptó y forzó a Ganímede. Su árbol sagrado era el roble. Su arma favorita era el rayo, con el que destruía a todos sus enemigos. También llevaba el aegis o capa de piel de cabra sobre sus hombros, que le servía como escudo, al igual que a su hija Atenea (ver Atenea). Zeus anunciaba su llegada extendiendo la capa y oscureciendo los cielos.

Además de ser el dios de los cielos, era el padre de todos los dioses y los hombres, título honorario, ya que, aunque su descendencia fue numerosa, no todos los dioses eran hijos suyos, ni había sido el creador de la humanidad. En este papel garantizaba el gobierno de los nobles y protegía la vida de la familia, asegurándose de que hombres y dioses mantuvieran los valores no escritos de las leyes divinas que nadie podía romper.

Había una ley sagrada de hospitalidad hacia el viajero y cualquiera que la violase sería severamente castigado. Cualquiera que jurase en falso o atacase o matase a alguien suplicando en el altar de un templo perdería el favor de los dioses.

Zeus podía castigar a todos los transgresores. Tántalo, que ofreció a los dioses la carne de su propio hijo Pelops, tuvo que soportar el castigo eterno en el Tártaro, la parte más oscura del Averno (ver Tántalo). Las Danaides, que habían violado las leyes sagradas del matrimonio al matar a sus maridos en la noche de bodas, y el villano Sísifo, que incluso burló a la muerte (ver Danaides, Las y Sísifo), se encontra­ron con el mismo destino. Ni siquiera los dioses podían mediar en los principios bá­sicos de la vida y la muerte. Cuando Asclepio, dios de la medicina, consiguió resuci­tar a un muerto, Zeus lo condenó a morir. El titán Prometeo, que luchaba por los de­rechos de la humanidad, quedó expuesto a una horrorosa tortura, ya que había desve­lado su gran secreto, el fuego, a la huma­nidad.

Zeus es retratado como una figura imponente y majestuosa con abundantes cabellos y una barba larga mientras vigila a los dioses del Olimpo haciendo de pater­familias. Los otros dioses tenían sus propios intereses, pero siempre era el análisis de Zeus el que se convertía en ley. Las reuniones en el Olimpo no eran para discutir, sino para anunciar sus decisiones. Si quería avisar a los mortales, lo hacía a través de señales como el vuelo del águila y los rayos. A veces enviaba a los mensajeros del Olimpo, Iris o Hermes, a la tierra para dar instrucciones.

Zeus era el más joven de los hijos de Cronos y Rea, aunque Homero pensaba que fue el mayor. Sus hermanos eran Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón. Todos ellos habían sido devorados por su padre al venir al mundo, pues sabía que sería destronado por uno de ellos. Al nacer Zeus, Rea le dio a su marido una piedra envuelta en unos pañales, mientras el bebé era llevado a Creta para que Amaltea cuidase de él en el monte Ida o Dicte (ver Amaltea). Los residentes de Arcadia creían que Zeus había nacido allí, pero los cretenses mantenían que su lugar de nacimiento era una cueva de la isla. Cuando creció, el dios hizo que su padre vomitase a sus hermanos, con la ayuda de la oceánide Metis, personificación de la sabiduría. Tras la Guerra de los Titanes, los dioses se convirtieron en dueños del mundo, gracias a la victoria en la que Zeus se quedó con los cielos, Hades con el averno y Poseidón con las aguas. Zeus quedó por encima de ellos, por ser el líder de la revuelta.

Zeus estaba casado con Hera, su hermana y diosa protectora del matrimonio, pero nunca le fue fiel. Sus hijos fueron Ares, Eileitia y Hebe. Se cree que Hefesto también era hijo suyo, pero Hesiodo creía que sólo era hijo de Hera. Zeus tuvo más descendencia con ninfas, mortales y otras diosas.

Hera se convirtió en su séptima esposa, según la versión de Hesiodo. La primera fue Metis, que no le dio descendencia, ya que Gaya y Urano le habían anunciado que su hijo lo destronaría, por lo que Zeus devoró a Metis y de su cabeza nació después la diosa Atenea (ver Atenea).

La segunda esposa habría sido Temis, personificación de la ley, con la que tuvo a las Fates (ver Moiras, Las). La tercera fue Eurinome, la oceánide con la que tuvo a las Cariátides o Gracias. Con su hermana Deméter tuvo a Perséfone, raptada des­pués por su hermano Hades (ver Perséfone). Mnemosine o «Memoria» fue su quinta esposa, con quien tuvo a las musas. Después tuvo a Apolo y a Artemisa con Leto, tras la cual llegaría Hera.

La esposa siempre fue muy celosa y la lujuria de Zeus le daba la razón. Así, sedujo a la princesa Dánae, encerrada en la torre de bronce, con una lluvia de oro (ver Dánae y Perseo), raptó a la princesa fenicia Europa en forma de toro (ver Europa) y visitó a Leda, con la que tuvo a Helena y uno de los Dioscuros, en forma de cisne (ver Leda). Hera castigó a muchas de sus doncellas y a los descendientes de su marido. A Semele, madre de Dioniso, le dijo que debería pedirle al dios que se apareciese en su forma divina y no mortal, lo cual provocó que se abrasara al mirarle (ver Semele). Alcmene y su hijo Heracles sufrieron la persecución de Hera (ver Alcmene y Heracles), momento en que el dios, enfurecido, suspendió a su mujer por las muñecas con yunques en los tobillos.

El intento de Hera, ayudada por Atenea y Poseidón, de encadenar a Zeus y destronarle indica cuál era el estado de su relación. El plan falló gracias a la intervención de Tetis y el gigante Briareo (ver Tetis).

Durante la Guerra de Troya, Hera permitió que su esposo diese pasos en falso para que los griegos, sus protegidos, ganasen. Incluso llamó a Hipnos para que le ayudase, prometiéndole la mano de una de las Cariátides (ver Hypnos).

Estas historias muestran que el poder de Zeus no era completo, pues él mismo estaba a merced de los caprichos de las Fates o diosas del destino. Por eso, a veces se resignaba a ver morir a los mortales a los que quería. Pero hay versiones que nos ha­cen creer que era el dios el que lo decidía todo (ver Moiras, Las).

El culto a Zeus empezó pronto en el mundo griego, con un santuario en Dodona (Epiro). Del roble sagrado que hacía de oráculo predecía el futuro de los hombres sacudiendo las hojas. Sus intenciones podían leerse en los rayos y en el vuelo de las águilas.

Olimpia, que no el Olimpo, era uno de los centros de adoración de Zeus, siendo el lugar donde se celebraban los Juegos Olímpicos cada cuatro años en su honor. Allí se le erigió un templo, con la famosa estatua esculpida por Fidias que con sus 12 m de altura fue considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo.


Júpiter, el equivalente romano de Zeus, era el dios del cielo y de la meteorología. Su templo más conocido está en la colina Capitolina, mirando hacia el foro romano.

Perseo y Andrómeda


El Oráculo de Delfos había predicho que Acrisio, rey de Argos, moriría a manos de su nieto. Para evitar el cumplimiento de esta revelación encerró a su única hija, Dánae, en una cámara subterránea de bronce y prohibió el acceso a ella a los varones, incluso a los que tuvieran la honrada intención de pedir su mano. Zeus, que como dios omnipotente de poco servían habitaciones acorazadas, vio a la joven -que por cierto era bellísima- y naturalmente se enamoró de ella. Para no levantar sospechas, el padre de los dioses se transformó en finísima lluvia dorada y, filtrándose sobre un rayo de sol por la ventana de la celda, fecundó de esta manera a la pobre cautiva. El milagro se realizó y de esta unión nació el futuro héroe Perseo.

Acrisio no quiso reflexionar cómo su hija había podido dar a luz. Lleno de estupor y espanto al ser consciente de que el camino para que el Oráculo no se equivocara se había abierto, ordenó que Dánae y Perseo fueran colocados en una frágil barquilla y se abandonaran a merced de las olas del proceloso mar. Madre e hijo permanecieron muchos días cual náufragos de un desastre, hasta que, cuando ya se hallaban exhaustos, Zeus no les abandonó, haciendo que un vientecillo suave arrastrara al débil esquife hasta la isla de Sérifos. Allí fueron recogidos por un pescador llamado Dictis, hermano en algunas versiones del reyezuelo de la isla, Polidectes.

Dictis se encontraba a la sazón faenando no muy lejos del litoral y se extrañó al levantar la vista y reparar en la barquichuela que se mecía gracilmente. La alcanzó y la atrajo hasta la playa cercana. Después condujo a la joven y al bebé a una casa que poseía junto al mar, allí los cuidó y Perseo no tardó en convertirse en un arrogante joven, no exento de valentía y de excepcional encanto masculino.

Polidectes, a quien su hermano había presentado a los dos excepcionales náufragos, se prendó de Dánae, que conservaba lozana su espléndida hermosura, y quería hacerla suya sin reparar en medios, pero temía el enojo de Perseo, que noche y día velaba por la seguridad de su madre. El problema era pues el muchacho, ¿cómo lo alejaría de Dánae? Polidecres pregonó su próximo casamiento con Hipodamia. Para celebrarlo invitó a un banquete a príncipes, súbditos y allegados. En medio de éste y como era costumbre, preguntó qué regalo iban a ofrecerle. Todos optaron por traerle un caballo, excepto Perseo, que llevado de su arrogancia prometió ofrecer al rey la cabeza de la Medusa, única de las Cargonas que no poseía el don de la inmortalidad. Polidectes se frotó las manos saboreando el triunfo: ¡Por fin alejaría al temible obstáculo que le cerraba el acceso hasta Danae porque lo prometido era deuda, además era probable que aquél dejara la piel en la dificilísima empresa!

En otra versión Polidectes amenazó a Perseo, advirtiéndole que si no traía la cabeza de la Gorgona como trofeo peligraría la honra de su madre. Los dioses atraídos por la valentía del nuevo héroe le ofrecieron toda su ayuda. Y ¿cómo no iban a hacerlo, si además su protegido era hijo del mismísimo Zeus? Así pues, Hades le prestó el casco que poseía la virtud de volver invisible a quien lo llevaba; Atenea le dejó su escudo; Herrnes las alas que imprimían gran velocidad y la cualidad de volar al que las tenía; y Hefesto, una espada indestructible, fabricada en bronce y con filo diamantino llamada Harpe.

Así armado, Perseo se lanzó a los espacios siderales y, guiado por Atenea y Hermes, alcanzó la morada de las Greas, hermanas de las Gorgonas, vírgenes monstruosas semejantes a cíclopes femeninos, que poseían un solo ojo en la frente y un solo diente, pero al nacer ya eran viejas. Perseo se apoderó de su ojo y diente y les dijo que se los devolvería cuando le confesaran en donde encontraría a las Gorgonas. Las viejas espantosas, tras un forcejeo, no tuvieron más remedio que explicar al héroe por donde se iba hacia el lugar en donde imperaban sus hermanas, y Perseo cumplió lo prometido, devolviéndoles tan esenciales órganos.

Nuevo vuelo del héroe hasta llegar hasta la guarida de sus enemigas.

Su fealdad era todavía más espantosa que la de sus hermanas, las Creas. Los cabellos eran un amasijo informe de serpientes en movimiento silbando continuamente, los dientes eran semejantes a los del más salvaje jabalí, extremidades de bronce y alas de oro gracias a las cuales surcaban los aires. Todo aquel que se atrevía a mirarlas quedaba acto seguido convertido en piedra, y ni siquiera los dioses podían neutralizar este don. Atenea había contado a Perseo esta maléfica cualidad y por ello nuestro héroe rehuyó mirarlas cara a cara, sino que inició la lucha de espaldas, guiándose con la imagen de su rival reflejada en el bruñido escudo que la diosa de la Sabiduría le había prestado. Finalmente, con un último esfuerzo, logró cortar de un tajo con la Harpe la cabeza de Medusa, la Gorgona mortal. Al contemplar la escena, las otras dos hermanas inmortales se lanzaron sobre el héroe, pero éste consiguió rehuir la persecución haciéndose invisible con el casco de Hades.

De la sangre que brotó del cuello cercenado de Medusa, y en el momento del golpe, surgieron el gigante Crisaor, padre de Gerión, enemigo de Hércules e hijo a su vez de la Medusa y de Poseidón, y finalmente el caballo alado Pegaso.

Terminada victoriosamente su misión. Perseo se calzó las sandalias con alas, y tras colgarse el zurrón y sujetarse el casco, voló a través de los espacios hasta llegar a Mauritania, en donde tenía su morada el gigante Atlas. Perseo le solicitó su hospitalidad, presentándose como hijo del propio Zeus. Atlas le contestó desabridamente. Entonces el héroe le mostró la cabeza de la Medusa, que no había perdido sus propiedades y al instante el gigante quedó convertido en piedra. Es así como se presentó en el futuro ante los humanos: convertido en la Cordillera del Arias y cuyas cumbres parecen sostener los cielos.

Desde Mauritania alcanzó Perseo Etiopía, donde reinaba el rey Cefeo. A medida que descendía, se hizo cada vez más visible una hermosísima doncella que se hallaba encadenada a un peñasco lamido por las olas y a punto de ser devorada por un horrible monstruo marino. Si la brisa no hubiera agitado su rubia cabellera y las lágrimas no hubieran afluido copiosamente de sus bellísimos ojos, se diría que era una marmórea sirena esculpida junto a la playa.

“Soy hija de Cefeo soberano de estas tierras etíopes y mi nombre es Andrómeda. Me encuentro en esta deplorable situación porque mi madre Casiopea había manifestado con orgullo ante las Nereidas, ninfas del mar, que era más hermosa que ellas. Poseidón quiso vengar tal ofensa e inundó el país, y envió a sus costas a un monstruo marino que devoró a cuantos hombres y rebaños pudo alcanzar. El Oráculo de Ammón reveló que solamente desaparecería el peligro si me entregaban a mí, la hija de Casiopea, a la voracidad del monstruo. Después de vacilar mucho, mi padre, a instancias del pueblo, me abandonó encadenada a esta roca.»

Apenas había explicado su situación cuando se agitó el mar y de su seno apareció un horrible ser marino con ánimo de devorar a la joven. Andrómeda lanzó un lastimero gemido y sus padres, que se hallaban en la playa, corrieron hacia su hija intentando lo imposible. Perseo los detuvo y tranquilizó: salvará a Andrómeda, pero a cambio de convertirla en su esposa. Los padres aceptan entusiasmados la idea, pues ya se han dado cuenta que el pretendiente de su hija capaz de atreverse a rescatarla no puede ser un hombre cualquiera.

Raudo como una centella, Perseo se lanzó sobre el monstruo. Éste observó sobre la superficie del mar la sombra del héroe y, creyendo que era su enemigo, se lanzó con furia a atacarla, momento que aprovechó éste para clavar su espada una y otra vez en el dorso del animal, hasta que tras una titánica lucha el monstruo quedó exánime, mientras Perseo en su lomo celebraba la victoria. Acto seguido desató a Andrómeda y, tras los abrazos de rigor, los cuatro se encaminaron hacia palacio, en donde se ordenaron los preparativos para la boda.

Durante la sobremesa del banquete nupcial se oyó en las estancias contiguas al comedor un rumor que fue creciendo hasta que apareció Pilleo, hermano de Cefeo, con una multitud de hombres armados con el fin de apoderarse del trono y hacer valer sus pretensiones de antiguo prometido de Andrómeda. Perseo tomó las armas y la lucha se generalizó, pero los asaltantes eran muchos y ya acariciaban el triunfo, cuando nuestrO héroe se acordó de la cabeza de Medusa y, cogiéndola en sus manos y desviando la vista de ella, la arrojó como un proyectil a los pies de sus adversarios, los cuales inmediatamente se transformaron en piedra, excepto Fineo, que al contemplar el prodigio imploró el perdón. Perseo no atendió las súplicas y, encarándole a la Gorgona, lo convirtió también en una pétrea figura que representaba un esclavo humillado.

Poco después, Perseo tomaba el camino de regreso a Sérifos, a pesar de las protestas de Cefeo, que deseaba que el héroe le sucediera algún día en el trono, protestas acrecentadas puesto que se llevaba consigo a Sérifos a su hija, a la que tanto esfuerzo había costado rescatar. Dánae, cansada de las infamias de Polidectes, se había refugiado junto a Dictis en el templo de Atenea… Perseo se presentó ante el soberano con la cabeza de la Gorgona y éste quedó igualmente petrificado. Dánae y Dictis salieron del templo y vivieron en paz, mientras que en algunos relatos se cuenta que Dictis terminó casándose con Dánae y llegó a ser rey de Sérifos.

Perseo devolvió a cada dios los dones que le habían prestado y Atenea recibió la cabeza de Medusa, que fue colocada como glorioso trofeo en el escudo de la diosa como reconocimiento a sus eficaces servicios. Hecho esto, se embarcó rumbo a su ciudad natal de Argos, en el Peloponeso.

Cuando Acrisio supo que su nieto regresaba, temió por su vida, tal corno lo había profetizado el Oráculo, y huyó disfrazado a Tesalia. Poco después se celebraban unos juegos atléticos en aquella región. Perseo acudió a demostrar su destreza, tras haber sido declarado presunto sucesor en e! trono de Argos al no volverse a saber nada de Acrisio y haber tenido que luchar contra Preto, hermano de éste, que había logrado coronarse rey. Perseo quiso intervenir en el lanzamiento del disco, manifestación de la que era muy experto. Pero cuando le tocó el turno, la trayectoria de! artilugio se le desvió, yendo a dar e! disco en la cabeza de un anciano forastero que presenciaba el espectáculo y que murió en el acto. Perseo descubrió con horror que la víctima que había provocado accidentalmente era su propio abuelo, Acrisio, refugiado en Tesalia para intentar huir del hado adverso.

El héroe, lleno de aflicción, renunció al trono de Argos como expiación por su crimen, aunque hubiera sido involuntario, y cedió la corona a Megapentes, hijo de su rival Preto. Como Megapentes era soberano de Tirinto, el héroe no tuvo otra opción que hacerse cargo de aquel reino y a partir de entonces vivió feliz en su nueva patria junto a Andrómeda, que le dio numerosos y valerosos hijos. De su tronco descendería e! héroe más famoso de toda la Mitología clásica: Hércules.

La similitud del nombre de Perseo con la del pueblo persa hizo pensar a algunos tratadistas que aquél había tenido de Andrómeda un hijo de igual nombre, criado por Cefeo y fundador del pueblo persa. Aluden como prueba el traje oriental que muestra Perseo en la pintura de algunos vasos conservados.

A Perseo se le atribuye la fortificación e incluso la fundación de Micenas. A su muerte se le tributaron honores divinos. Fue colocado en el cielo entre las constelaciones del hemisferio boreal junto a su amada Andrómeda, cuya nebulosa es el cuerpo celeste más alejado de la Tierra que podemos contemplar sin ayuda del telescopio. La constelación de Perseo adopta la forma de campana. Dentro de su espacio se hallan numerosas estrellas fugaces (en realidad meteoritos) que conocemos con el significativo nombre de Perseidas. Por su relación con Perseo, Casiopea y Cefeo dieron nombre a su vez a otras constelaciones.


La estatua más famosa de Perseo se conserva en la Sala de los Lanzi de Florencia y es obra del polifacético artista renacentista florentino Benuenuto Cellini (1500-1571). Muestra el momento en que el héroe enseña triunfalmente la cabeza de la Medusa, tras haberla cortado con una especie de cimitarra. Sin ropaje alguno, Perseo está tocado con el casco de Hades que le proporcionaba la fabulosa invisibilidad.

El Padre Sin Cabeza


Mito seguramente concebido en tiempos de la inquisición, durante la cual cortaban la cabeza a brujos, hechiceros, hombres y mujeres de mal vivir.

Dice la tradición que se le aparece a los hombres y mujeres que trasnochaban debajo de un árbol frondoso en el cual se puede ver una gran puerta de un templo.

La persona pasa la puerta y se encuentra una gran sala y al final un sacerdote cantando misa en latín.

Atraído y cargado de pecados la persona oye atentamente pero a la hora de la consagración al dar la cara el sacerdote se le ve sin cabeza y esta chorreando sangre entre sus manos.

Despavorido sale de aquel lugar y queda varias semanas sin habla, cambiando así su vida para siempre.

Eran aquellos tiempos del fusil de chispa, no tan distantes que digamos. Tiempos de oro y de alegrías en que nuestros antepasados, libres del aorisionamiento fastuoso de la moderna civilización, vivían a su modo, pobre y humiidemente, pero siempre contentos y alegres.

Nuestro pueblo, de labriegos sencillos formado, conservó de los conquistadores gallegos que vinieron de la Madre España, en busca de oro y de tierras para aumentar el poderío del León Ibero, su amor entrañable al hogar, su fe religiosa y la sonsería peculiar que lo hizo crédulo y creyencero.

A más de las fiestas de la iglesia, que formaban lista en el año, nuestros abuelos celebraban con menos pompa, pero sí con más alegría, dos festivales cívicos: el 27 de abril y la independencia. Esto es, el aniversario del golpe de cuartel del general don Tomás Guardia y el quince de septiembre, adoptado en Centroamérica como fecha de la emancipación política de España.

El programa era corto: Bailes populares al aire libre y repartición de licor, estallido de cohetes y bombas; gritos y, de cuando en cuando, algunos mojicones, por copa de más o de menos.

Y nuestros campesinos, todos guardaban su pala y el machete, limpiaban un poco sus manos; blanqueaban a fuerza de “‘eje” sus agrietados pies, y salían al anochecer a divertirse con sus respectivas familias, danzando al claror de ía luz que despedían ios faroles de canfín o los reverberos de manteca. Y aquí entramos en nuestra relación, respecto al sucedido de la Calle del Cura.

Ñor Juan Rafael Reyes era el viejo más alegre del distrito de Patarra y no perdía, por nada de este mundo, los festivales del 27 de abril y la independencia, que bastante tenía que sudar los demás días del año para atender a su manutención y la de su familia, para no aprovechar la ocasión de echar una canita al aire.

En su caserío eran bastante recogidos, ajenos a todo, sólo pensaban en la quema de la piedra de cal que les daba, entonces más que ahora, el sustento. Las fechas memorables pasaban casi inadvertidas, por lo que Ñor Juan Rafael se veía obligado a ir hasta la villa para colmar sus ansias de fiesta. Allí era cosa de ver: Las taquillas permanecían abiertas la noche entera: los vecinos principales iluminaban los frentes de sus casas. En la plaza pública el entusiasmo no decaía hasta rayar el nuevo sol y la ilustre corporación municipal solía disponer el reparto de ”guaro” a todos los ciudadanos que vitoreaban al ciudadano presidente. Y eso entusiasmaba a Ñor Reyes, que muy a pesar de sus años que ya eran carga, gustaba de amanecer en vela, bailando a ratos, libando copas, mascullando su chircagre y enterándose de los corrillos de cuanto ocurría en el gran mundo, y soltando de cuando en vez su graceja, para no quedarse atrás con los cuentos, enredos y chistes que los contertulios iban enhebrando
como para amenizar el rato.

Acertó caer la fecha de la independencia en domingo, y desde luego, la fiesta fue sábado en la noche. Por las vísperas se saca el día, y para cumplir con el adagio popular, de antes y con antes comenzaba la alegría.

Ñor Reyes no prescindía de bajar a la “suida a mercar” su manutención, lo que hacía todos los sábados al amanecer, y menos dejar pasar la parranda. Había que compaginar la obligación con la devoción. Verdad es que podía ajilar por la calle de Dos Ríos y evadir así la atención de la villa, pero solo una vez se celebraba al año la independencia y para el siguiente ya podía estar bajo tierra. Había que aprovechar la oportunidad, que algo la suele pintar calva. Ñor Reyes, – lo decía su mujer – sería parrandero y bebedor, eso sí my cumplido con sus obligaciones. Compraba el diario, y lo que quedaba libre era lo que podía beberse en ron o guaro de la Fábrica Nacional. Y cayendo y levantando, podía llegar ya al anochecer a su casa, pero con sus alforjas repletas, con provisión para la semana. También lo decía él: Los almadiados todo lo pierden, menos la memoria.

Ella se lo perdonaba a su marido, porque en su alacena todo abundaba; porque nunca la hizo ayunar, excepto los viernes de cuaresma – ya que era buen católico -, ni la obligó a solicitar prestado el puñadito de frijoles ni de sal, o la jarra de arroz, como le sucedía a la Piedades, su vecina, que a más de la vigilia en que vivía eternamente por las largas y repetidas parrandas de su hombre, que le duraban hasta ocho días larguitos, solía recibir un ajuste de azotes. Y todo se puede aguantar, menos eso de que un “mangúela” alce la mano contra su mujer.

Pues Ñor Reyes salió aquel sábado muy temprano, caballero con su yegua rosilla, vistiendo los trapitos de dominguear, los de coger misa. Lucía su banda tinta, de seda, que le daba varias vueltas en la cintura dejaba que las barbas salieran afuera del ruedo del chaquetón; no faltaba el pañuelo floreado al cuello ni la realera de puño de hueso y plata, compañera de los días de gran solemnidad.

Estuvo en la ciudad; hizo sus compras; provocó más de una risa sabrosota, con sus chistes y sus relatos, que salían de la boca a borbotones; sorbió sus copas de guaro nacional, más sabroso y más claro que el de “charral”, según su opinión de buen bebedor, y al atardecer dispuso el regreso pasando por los “Samparados”.

Ya preludiaban las marimbas y chisporroteaban los candiles, cuando hizo su entrada a la villa llevando sobre la al-barda sus grandes alforjas bien repletas. En la casa del compadre, Ñor Pedro el matador, amarró su ruco, sin desensillarla; dejó a buen recauda las alforjas y su ramita de espino, que le servía de espuela y la varillita de añono, que hacía de fuete y, tras un saludo en que hacia recuento de la salud de todos los de la casa, se salió a comenzar la juerga, relamiéndose de gusto, porque no había dejado de salir sin sorber la jicara de chocolate con sus bizcochos y embustes.

Bailó fandango y punto y sorbió copas. Tuvo más de una disputa y pudo regresar a casa del compadre, sano y salvo, gracias a la intervención de algunos amigos. Allí lo montaron en su bestia y lo pusieron en camino, tocándole el corazón, con el recuerdo de los suyos, que estarían en vela, deseosos de verlo llegar. Y la bestiecilla cogió el trote, calle arriba…

Era la madrugada oscura y fría. Mientras el jinete dormitaba, dejando floja la rienda, la ruca trotaba. Bien sabía Ñor Reyes que montado en un animal manso, que conocía el trillo de la casa como de memoria, podría dejarse llevar confiado y tranquilo.

Pasó por San Antonio sin novedad. Todo mundo dormía. Uno que otro perro ladró a su paso y vino a ahuyentar eí sueño. Cuando cruzó Río Damas y entró en su jurisdicción, apuró la yegua el trote, porque ya estaba próximo el momento de probar bocado y quedar libre del aparejo, el jinete y la carga.

Próximo al recodo llamado la “Calle del Cura sin Cabeza”, se bifurca el camino y dan sombra los altos higuerones. Era un sitio temido, porque decía el rumor popular que asustaban. Muchas historietas de aparecidos circulaban de boca en boca. Pero Ñor Reyes ni era hombre de miedo ni padecía de nervios, más bien se envalentonaba cuando sorbía sus copas.

Frente a la plazuela, donde solamente se levantaba una casa de peones de la finca, vio una ermita. Se restregó bien los ojos, porque no tenía memoria de que allí hubiera existido esa construcción. Pero como para desvanecer sus dudas, replicó campana llamando a misa. Y deseoso de enterarse por sus propios ojos de que no eran visiones ni cosas de! otro mundo, se desmontó y entró al templo, que estaba iluminado a media luz. Se hincó a cantar el “Dominus Vobiscwn ” y se dio cuenta de que al padre le faltaba la cabeza. La impresión lo levantó como con resortes y lo hizo abrirse en estampida. Al pasar bajo el coro, oyó un ruido infernal y sintió que la campana le seguía repicando su badajo… ¡No supo más!

Allí cerca, sobre el zacate, fue encontrado, sin sentido, por los carreteros madrugadores, que llevaban carga a !a ciudad. Lo recogieron y lo trasladaron a su residencia, donde pasó muy malito algunos días. Costó que volviera en sí. Hasta la pronuncia había perdido. Tenía que ser cosa mala la que vio, comentaban los familiares.

Pronto cundió la noticia del aparecido de la “Calle del Cura sin Cabeza”. Los curiosos llegaban a adquirir detalles del suceso y se tejían los más variados y fantásticos comentarios. El tío Melitón, que era muy ladino, definió el asunto: “Acechanzas del demonio”. Señor Reyes había asistido a sus propios funerales, en castigo de sus pecados. Naturalmente, nunca más volvió a pasar en ‘”deshoras” por ese camino. Si iba a la ciudad, regresaba tempranito y por si tenía que viajar en carreta, para evitar que los bueyes se asolearan, madrugaba, pero siempre esperaba a otros compañeros. Que dos hombres se valen mejor que uno.

La moralidad pública habría ganado mucho, ya que se consumía menos licor nacional en la villa, si no se le ocurre a un vivo llevar al barrio licor clandestino de Agua Caliente, evitando así e! viaje a la villa, pasando por la “Calle del Cura sin Cabeza” en horas de la noche.

Han pasado muchos años y el suceso apenas si se recuerda. El trecho de camino conserva el nombre de la “Calle del Cura sin Cabeza”. Y la conseja del aparecido sigue siendo como una lección de moral, pero nadie escarmienta en cabeza ajena…


Relato realizado por: José María Artavia

El Jinete sin Cabeza


Y el silencioso crepúsculo se arrebujaba entre la dulce meditación en que la llanura solía extasiarse. Las aves herían con su alegre sinfonía la quietud majestuosa de la tarde. Lejos donde el sol parece arder entre el candente pebetero de la lejanía, un grupo de garzas van copiando sus finísimos plumajes en los colores maravillosos de los exóticos paisajes, en cuyos celajes hay tintes de presagio de penas melancólicas. Todo el ambiente parece guardar instantes de santa meditación, y en las copas floridas de los centenarios árboles, el viento arre cuesta sus erizados cabellos.

Es verano. Y toda la llanura está reseca y solitaria, con aquella triste melancolía. Ha sido un atardecer maravilloso, y pronto sus poéticas bellezas devorarán la noche que pronto llegará. Allá en el corredor de la Hacienda, el Viejo Patrón lee con devota atención el periódico del día, volando de cuando en cuando bocanadas de humo de pipa.

Son pasadas las seis de la tarde; este busca tomar un poco de aire fresco. En los corrales, el ganado espera entrar en reposo y de cuando en cuando óyense los últimos gritos de los sabaneros que arrean una punta de ganado de ordeño. La peonada se ha concentrado en la cocina y sentados al contorno de una mesa tosca y ennegrecida saborean con apetito la merienda del día.

Los congos con sus notas de órgano no cesan de cantar el allegro grandioso.

Todo el llano se puebla de sombras y en los corredores de la inmensa casona de la hacienda los candiles lanzan su luz cobriza. Patricia, la hija mayor del Patrón, se ha acercado hasta su lado un poco nerviosa, pues Rosendo, uno de los sabaneros acababa de contar, una terron’tica narración, de las que suelen contarle cuando termina el trajín.

-¿Qué te pasa hija mía? Preguntó aquel viejo, apartando un rato su pipa de su boca, con aquella seriedad de hombre respetable.

-Vieras papá,, que Rosendo estaba contando en la cocina que aquí asustan,, que llega tocias las noches hasta el corredor un jinete sin cabeza.

Una sonrisa picaresca dejó escaparse de entre su tupido bigote.

-No temas hijita, son supersticiones; son leyendas que estos hombres suelen contarse en sus ratos de ocio, para pasar el tiempo.

-Pero papá, dijo la chiquilla, ¿a qué viene esto?

-Yo te lo contaré, escúchame.

-Siendo yo bastante joven, me contaba mi abuela que en aquellos dorados tiempos cuando la hacienda contaba con todas las comodidades del caso, pe celebraba con gran pompa la fiesta del nacimiento del Niño Dios, por supuesto que era una fiesta preparada, donde nadie de la numerosa concurrencia se iba con el estómago vacío. Pues bien, Luciano, muchacho de buenos sentimientos, hijo del Patrón de la hacienda, tenía una novia, la cual quería mucho, por lo cual estaba haciendo preparativos para la boda, cuya fecha fijada sería el 25 de diciembre, en que se casaría con Carmel ita, una preciosa chiquilla, la flor del llano, que había entregado la fragancia de su perfume a un corazón enamorado.

José, sabanero dotado de malos sentimientos, que trabajaba en una de las haciendas cercanas a esta, estando también enamorado de Carmelita y lleno de celos, al saber que ésta pronto se casaría con Luciano, decidió una tarde irlo a “ispiar” al cruce del camino de la plazuela, y así saciar su criminal y cruel instinto.

En efecto Luciano sin saber nada de lo que ocurría, volvía alegremente a la hacienda, cuando al pasar por el lugar, José sin masticar palabra alguna se lanzó encima del desafortunado muchacho descargando su arma criminal y cortándole la cabeza.

El criminal se dio a la fuga y no se volvió a saber más de su paradero. Por eso hija mía cuando en las noches de luna y calma, y el llano duerme entre misterios o secretos, se escucha el trotar lejano de un caballo que viene acercándose a la hacienda, luego se oye que desmonta alguien, entra al corredor después de pasearse largo rato vuelve a montar y se aleja por el llano.

Cuentan los que han visto que es un jinete sin cabeza, es el mismo que en otros tiempos fue víctima de aquella tragedia pasionaria; es el alma de Luciano que busca entre el misterio de la muerte y la realidad de la vida, la linda mujer de sus sueños perdida en vísperas de su boda.

-Ya vez, hijita, esta es la leyenda que Rosendo quiso contarles a los compañeros. Ahora, anda tranquila a dormir, que yo te seguiré, y olvida esa superstición, y que Dios te acompañe.

Patricia después de oir aquel relato, dio un beso a su padre y paso a paso sumida entre un profundo silencio, fue en busca del descanso. En el zaguán sillero, un sabanero al compás de una vieja guitarra, rumiaba sus penas en las dolientes notas de una canción, triste y sentimental, canción que lleva y vuela en la fría brisa de los llanos a ser posadas en las copas florecidas de los árboles centenarios, canción que hace llegar hasta el blando lecho, donde duerme la amada mujer, de sus sueños.


Relato hecho por: Mario Cañas Ruiz

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