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domingo, 29 de junio de 2014

Leyendas Nicaragüense...El Cadejo Parte 2

Tomado de ”El Cadejo” (fragmentos), en Milagros Palma: Senderos míticos de Nicaragua. Editorial Nueva América, Bogotá, 1987.Cuentan que en los caminos oscuros de los pueblos el caminante solitario es perseguido con frecuencia por un perro misterioso, el cadejo (...)
El cadejo blanco es un espíritu protector, es un guardián natural que vela por las noches para que su contrincante, el cadejop negro no haga daño. En la isla de Ometepe se regó el cuento del susto de Paulo, como una tolvanera en el pueblo de San José a la luz del alba siguiente a la noche del misterioso suceso:

“... El cadejo existe, yo venía de San José y al llegar cerca del atrio de la iglesia a cien varas del guanacaste, me topé con él. Eran casi las doce de la noche, faltaba poquito para que las campanas tocaran la medianoche. Todo estaba oscuro, no se veía ni una sola alma, íngrimo andaba yo aquella noche. Yo iba a pie con el machete desenvainado y de repente veo un perro a mi lado. No le hago caso, aligero el paso, lo dejo a tras pero el me sigue. Al rato volteo la cara para atrás y miro que (...) viene todavía detrás de mí.

MI abuelo me había contado ya del cadejo. Todos los de la casa lo han visto y a muchos amigos los ha asustado el animal, pero con todo y eso yo no quería creer en la bendita ánima. Me había dicho que el perro es negro con collar blanco.

Cuando vía al animal me agarro miedo pero yo llevo mi machete bien afilado. Estoy a punto de reventar de miedo, no aguanto más pero por suerte a unos pasos mas adelante se aparece un perro negro frente a mí. Cuando el animal me cierra el paso los pies no me dan más y ya no pude caminar. Los dos animales se agarraron a mordiscos y mientras ellos se revuelcan y se vuelan tarascadas con los dientes bien pelados, yo me regreso para la casa porque sentía que me cagaba de miedo. Corrí rápido y me detuve debajo del ceibo, hasta allí me aguantaron las canillas, no podía mover los pies de tan pesados que se me pusieron. Ahí me estuve un buen rato y después me fui caminando con los pies tembeleques, ví al cadejo cerca de un poste. Yo corrí y el animal siguió entonces, tuve que montarme en la carreta de doña Tencha, que estaba frente a su solarcito. Allí me quedé arregostado hasta que amaneció porque el animal no se meneaba, no se iba. Este era el cadejo bueno.

El cadejo negro es el malo y el de collar blanco es bueno. Ellos al encontrarse se pelean para que yo huyera sin daño del perro negro. El blanco apoya pero el negro (...) lo muerde a uno. El cadejo blanco ataca al que trata de fregarlo. Una vez se oyó mentar el caso, hace siete años fue eso, de un señor que iba a caballo, y le pegó un tajonazo al cadejo blanco que iba al lado. El animalito se le echó encima vuelto un fiera y lo apeó del caballo a mordiscos y no se fue hasta que dejó al jinete en el suelo bien golpeado con la ropa toda desguazada...”

El hombre que anda en la calle pasado de tragos a deshoras de la noche sabe apreciar la compañía del cadejo. Sin embargo parece que en la sobriedad la presencia repentina del cadejo infunde temor por el aspecto malicioso del animal que además no es exactamente un perro. A veces parece cabro con pintas blancas que al caminar truenan todos sus huesos y las patas suenan como castañuelas chili...chili...chili... Esos ruidos son pavorosos y los pies se ponen pesados. A unos les entra hielo en el cuerpo a otros les coge un mal extraño, inexplicable. El espanto de una persona es incontrolable cuando se le miran las uñas de las patas traseras que producen un ruido aterrador del cadejo.

En las comarcas de los alrededores e León, la gente siempre tiene algo que decir sobre el cadejo. Un ancianito centenario del barrio san José nos dio su testimonio.

“...Cuando yo estaba niño, como este muchachito de 10 años, mas o menos, le salió el cadejo a un tío mío. El venía de ver a unos amigos en el barrio San Felipe, cuando llegó a la esquina de lo que es hoy conocido como el rastro viejo, le salió el animal a la orilla de un cerco. Se le apareció un animal negro, las patas le tronaban como castañuelas chili...chili...chili... El cadejo bueno, no hace daño solo va a la par de uno y lo deja hasta donde va la persona. Pero si uno trata de hacerle algo, se le abalanza. Cuando uno va acompañado por el cadejo, se le despierta un miedo, se le ponen los pies inflados y se le pone un hielo en e cuerpo, le coge un mal feo...” (...)

En el mito del cadejo se contempla la existencia de un animal compañero para cada persona. El animal guardián defiende contra el mal encarnado a veces en el cadejo negro, color tenebroso que simboliza el mal. Cuando un cadejo blanco olfatea a un perro negro en el momento de acercársele a su protegido, el blanco ataca de manera que la persona pueda huir y salvarse del mal que le aguarda del negro. El combate de los dos cadejos encarnan en ese momento los principios opuesto del bien y del mal. No se le atribuye superioridad a uno sobre el otro, ambos tienen el mismo poder sobre las persona. El cadejo negro y el cadejo blanco que para muchos representan los principios masculinos y femeninos o el mal y el bien respectivamente, persiguen al hombre de igual manera, según la tradición popular.

Leyendas Nicaragüense...El Cadejo Parte 1


Tomado de “ El cadejo”, En Enrique Peña Hernández: Folfkore de Nicaragua. Editorial Unión, Masaya, 1968
En las noches, a altas horas, cuado generalmente los hombres van de regreso para sus posadas, depuse de visitar a sus mujeres, un perro grande y fuerte, de color blanco, sigue a aquellos a poca distancia, custodiándolos, hasta dejarlos en sus casas.

Este perrote es el Cadejo, el amigo del hombre trasnochador; quien se siente garantizado cuando se da cuenta que es seguido por dicho animal. Todos los peligros desaparecen: el perro blanco lucha y vence siempre defendiendo al hombre.

Hay otro perro que deambula por las noches. Es grande y negro, con un collar blanco en la propia piel. Este es el Cadejo Malo. Es enemigo del trasnochador.

Apenas encuentra a este en su camino, se le abalanza, lo derriba, lo golpea, y lo deja maltrecho y sin sentido; pero no lo muerde. El tunante así agredido queda como insulso y dundo, tartamudo y se muere pronto. De este dicen que “lo jugó el Cadejo”.

También el Cadejo Bueno procede así con los tunantes si estos no quieren dejarse acompañar por aquel y le gritan y lo corren y le tiran piedras. Si yendo el Cadejo Blanco acompañando a un hombre, encuentra al Negro, se traba ente ambos cadejos una sangrienta y encarnizada lucha, hasta que cae vencido el Negro.

Los ojos de los Cadejos brillan muchísimo. “Parecen candelas” según el decir de los indios de Monimbó. El Cadejo no se cansa de caminar. Camina toda la noche hasta el amanecer en que desaparece.

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