Se aproximaban las fiestas de Beñesmén y un grupo de jóvenes
gomeras acudieron a Los Chorros de Epina para mirarse en él. Entre ellas se
encontraba Gara, princesa de Agulo. Se asomó y al principio le devolvió una
imagen tranquila y perfecta, pero luego surgieron sombras y comenzó a agitarse…
Gerián, el sabio del lugar, le hizo una advertencia: “- Lo que ha de suceder
ocurrirá. Huye del fuego, Gara, o el fuego habrá de consumirte”. Gara calló,
pero el triste presagio corrió de boca en boca.
En las vísperas de las fiestas, llegaron de Tenerife los
Menceyes y otros nobles. El Mencey de Adeje venía con su hijo Jonay, joven
fuerte y apuesto. Gara no podía dejar de observarlo, y en cuanto sus miradas se
encontraron, el amor los atrapó sin remedio. Poco después, aún en fiestas, su
compromiso fue público. Pero he aquí que en cuanto se empezó a propagar la
feliz noticia, El Teide, antes conocido como Echeyde (infierno), empezó a
escupir lava y fuego, con tanta fuerza que desde la Gomera el espectáculo era
aterrador.
Recordaron el presagio dado a la inocente Gara: Gara, princesa de
Agulo, el lugar del agua; Jonay, puro fuego, procedente de la Isla del
Infierno… Aquel amor era entonces, imposible. Grandes males se avecinaban si no
se separaban. Entonces sus padres ordenaron tajantemente que no volvieran a
verse. Ya apaciguado el volcán, y concluidas las fiestas, regresaron a Tenerife
todos los visitantes, más uno se fue con el alma vacía y el pecho quebrado.
Cuentan que Jonay se lanzó al mar en medio de la noche, para
nadar hasta su amada. Dos vejigas de animal infladas atadas en la cintura le
ayudaban a flotar cuando las fuerzas se le agotaban. Larga fue la travesía y ya
con las primeras luces del alba llegó a su destino. Furtivamente fue en busca
de su amada, y al encontrarse, se abrazaron apasionadamente.
Escaparon por los
bosques gomeros y bajo un cedro se entregaron a la pasión y al amor. El padre
de Gara, enterado de la huida de su hija, salió furioso en su busca. Los
encontraron amándose, y cuando los jóvenes se percataron de su presencia,
buscaron la única salida posible… Una implacable vara de cedro afilada,
colocada entre ellos, uniendo sus corazones fue su aliado mortal. Mirándose a
los ojos, se apretaron el uno contra el otro, traspasándose y dejándolos unidos
para siempre”.