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domingo, 2 de noviembre de 2014

Canarias mágica ... La leyenda de Gara y Jonay


Se aproximaban las fiestas de Beñesmén y un grupo de jóvenes gomeras acudieron a Los Chorros de Epina para mirarse en él. Entre ellas se encontraba Gara, princesa de Agulo. Se asomó y al principio le devolvió una imagen tranquila y perfecta, pero luego surgieron sombras y comenzó a agitarse… Gerián, el sabio del lugar, le hizo una advertencia: “- Lo que ha de suceder ocurrirá. Huye del fuego, Gara, o el fuego habrá de consumirte”. Gara calló, pero el triste presagio corrió de boca en boca.

En las vísperas de las fiestas, llegaron de Tenerife los Menceyes y otros nobles. El Mencey de Adeje venía con su hijo Jonay, joven fuerte y apuesto. Gara no podía dejar de observarlo, y en cuanto sus miradas se encontraron, el amor los atrapó sin remedio. Poco después, aún en fiestas, su compromiso fue público. Pero he aquí que en cuanto se empezó a propagar la feliz noticia, El Teide, antes conocido como Echeyde (infierno), empezó a escupir lava y fuego, con tanta fuerza que desde la Gomera el espectáculo era aterrador. 

Recordaron el presagio dado a la inocente Gara: Gara, princesa de Agulo, el lugar del agua; Jonay, puro fuego, procedente de la Isla del Infierno… Aquel amor era entonces, imposible. Grandes males se avecinaban si no se separaban. Entonces sus padres ordenaron tajantemente que no volvieran a verse. Ya apaciguado el volcán, y concluidas las fiestas, regresaron a Tenerife todos los visitantes, más uno se fue con el alma vacía y el pecho quebrado.

Cuentan que Jonay se lanzó al mar en medio de la noche, para nadar hasta su amada. Dos vejigas de animal infladas atadas en la cintura le ayudaban a flotar cuando las fuerzas se le agotaban. Larga fue la travesía y ya con las primeras luces del alba llegó a su destino. Furtivamente fue en busca de su amada, y al encontrarse, se abrazaron apasionadamente. 

Escaparon por los bosques gomeros y bajo un cedro se entregaron a la pasión y al amor. El padre de Gara, enterado de la huida de su hija, salió furioso en su busca. Los encontraron amándose, y cuando los jóvenes se percataron de su presencia, buscaron la única salida posible… Una implacable vara de cedro afilada, colocada entre ellos, uniendo sus corazones fue su aliado mortal. Mirándose a los ojos, se apretaron el uno contra el otro, traspasándose y dejándolos unidos para siempre”.

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