Tomado de ”El Cadejo” (fragmentos), en Milagros Palma: Senderos míticos
de Nicaragua. Editorial Nueva América, Bogotá, 1987.Cuentan que en los caminos
oscuros de los pueblos el caminante solitario es perseguido con frecuencia por
un perro misterioso, el cadejo (...)
El cadejo blanco es un espíritu protector, es un guardián natural que
vela por las noches para que su contrincante, el cadejop negro no haga daño. En
la isla de Ometepe se regó el cuento del susto de Paulo, como una tolvanera en
el pueblo de San José a la luz del alba siguiente a la noche del misterioso
suceso:
“... El cadejo existe, yo venía de San José y al llegar cerca del atrio
de la iglesia a cien varas del guanacaste, me topé con él. Eran casi las doce
de la noche, faltaba poquito para que las campanas tocaran la medianoche. Todo
estaba oscuro, no se veía ni una sola alma, íngrimo andaba yo aquella noche. Yo
iba a pie con el machete desenvainado y de repente veo un perro a mi lado. No
le hago caso, aligero el paso, lo dejo a tras pero el me sigue. Al rato volteo
la cara para atrás y miro que (...) viene todavía detrás de mí.
MI abuelo me había contado ya del cadejo. Todos los de la casa lo han
visto y a muchos amigos los ha asustado el animal, pero con todo y eso yo no
quería creer en la bendita ánima. Me había dicho que el perro es negro con
collar blanco.
Cuando vía al animal me agarro miedo pero yo llevo mi machete bien
afilado. Estoy a punto de reventar de miedo, no aguanto más pero por suerte a
unos pasos mas adelante se aparece un perro negro frente a mí. Cuando el animal
me cierra el paso los pies no me dan más y ya no pude caminar. Los dos animales
se agarraron a mordiscos y mientras ellos se revuelcan y se vuelan tarascadas
con los dientes bien pelados, yo me regreso para la casa porque sentía que me
cagaba de miedo. Corrí rápido y me detuve debajo del ceibo, hasta allí me aguantaron
las canillas, no podía mover los pies de tan pesados que se me pusieron. Ahí me
estuve un buen rato y después me fui caminando con los pies tembeleques, ví al
cadejo cerca de un poste. Yo corrí y el animal siguió entonces, tuve que
montarme en la carreta de doña Tencha, que estaba frente a su solarcito. Allí
me quedé arregostado hasta que amaneció porque el animal no se meneaba, no se
iba. Este era el cadejo bueno.
El cadejo negro es el malo y el de collar blanco es bueno. Ellos al
encontrarse se pelean para que yo huyera sin daño del perro negro. El blanco
apoya pero el negro (...) lo muerde a uno. El cadejo blanco ataca al que trata
de fregarlo. Una vez se oyó mentar el caso, hace siete años fue eso, de un
señor que iba a caballo, y le pegó un tajonazo al cadejo blanco que iba al
lado. El animalito se le echó encima vuelto un fiera y lo apeó del caballo a
mordiscos y no se fue hasta que dejó al jinete en el suelo bien golpeado con la
ropa toda desguazada...”
El hombre que anda en la calle pasado de tragos a deshoras de la noche
sabe apreciar la compañía del cadejo. Sin embargo parece que en la sobriedad la
presencia repentina del cadejo infunde temor por el aspecto malicioso del
animal que además no es exactamente un perro. A veces parece cabro con pintas
blancas que al caminar truenan todos sus huesos y las patas suenan como
castañuelas chili...chili...chili... Esos ruidos son pavorosos y los pies se
ponen pesados. A unos les entra hielo en el cuerpo a otros les coge un mal
extraño, inexplicable. El espanto de una persona es incontrolable cuando se le
miran las uñas de las patas traseras que producen un ruido aterrador del
cadejo.
En las comarcas de los alrededores e León, la gente siempre tiene algo
que decir sobre el cadejo. Un ancianito centenario del barrio san José nos dio
su testimonio.
“...Cuando yo estaba niño, como este muchachito de 10 años, mas o menos,
le salió el cadejo a un tío mío. El venía de ver a unos amigos en el barrio San
Felipe, cuando llegó a la esquina de lo que es hoy conocido como el rastro
viejo, le salió el animal a la orilla de un cerco. Se le apareció un animal
negro, las patas le tronaban como castañuelas chili...chili...chili... El
cadejo bueno, no hace daño solo va a la par de uno y lo deja hasta donde va la
persona. Pero si uno trata de hacerle algo, se le abalanza. Cuando uno va
acompañado por el cadejo, se le despierta un miedo, se le ponen los pies
inflados y se le pone un hielo en e cuerpo, le coge un mal feo...” (...)
En el mito del cadejo se contempla la existencia de un animal compañero
para cada persona. El animal guardián defiende contra el mal encarnado a veces
en el cadejo negro, color tenebroso que simboliza el mal. Cuando un cadejo
blanco olfatea a un perro negro en el momento de acercársele a su protegido, el
blanco ataca de manera que la persona pueda huir y salvarse del mal que le
aguarda del negro. El combate de los dos cadejos encarnan en ese momento los
principios opuesto del bien y del mal. No se le atribuye superioridad a uno
sobre el otro, ambos tienen el mismo poder sobre las persona. El cadejo negro y
el cadejo blanco que para muchos representan los principios masculinos y
femeninos o el mal y el bien respectivamente, persiguen al hombre de igual
manera, según la tradición popular.
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