Pasaron los siglos…
Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un
modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras
religiones. Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas
(Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la
característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres más felices
de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil
penurias en las aguas borrrascosas de un mar en convulsión habían por fin llegado
a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza,
agua y clima hermoso.
Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su
lengua Totonacan y ellos mismos se dijeron totonacas.
Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del
trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que
traían consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos,
relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amendrantarlos.
En los antiguos registros que los milenios han borrado, se
dice que llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se
dió cuentra de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los
siete sacerdotes de la caverna de los truenos.
No siendo amigos de la violencia, los totonacas los
embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron
al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.
Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de
las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para
el efecto se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y
decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamos
sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía, adorar a
esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar
de un monstruoso desastre.
Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y
se ejercía el culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes
levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir
lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que
se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene este pasmoso
monumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando
es menester fertilizar las sementeras.
Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el
mundo como pirámide o templó de El tajín en donde curiosamente parecen
generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.
Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración
y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho
antes de la llegada de los extranjeros, mucho antes de la llegada de los
totonacas, cuando el mundo parecía comenzar a existir.
Nota: Los Totonacas eran indígenas que ocupaban
el territorio
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