Ovidio Ortega R.
A mi viejo pueblo se llega por un camino siempre fresco en
la memoria. Sus casas, calladas de día, siempre cuentan historias cuando se
hace de tarde.
En la casa de los Sequeira se cuentan historias desde hace
más de cien años…
Su cocina, olorosa a miel de caña y leña seca, ha visto
preparar desde siempre los dulces de melcocha.
Mientras la abuela Vilma amasa y el abuelo da forma a las
figuritas de dulce, la pequeña Esmeralda imagina los lugares donde los mayores
llegan a vender pájaros, armadillos, muñecas, canastas, flores y zapatos de
dulce.
Un día, escuchando de su abuela sobre la alegría de las
ferias, Esmeralda dijo entusiasmada: “¡Cómo me gustaría acompañarlos mañana al
pueblo a vender figuritas de dulce!”
“Primero tendrías que demostrarme que sabes prepararlas muy
bien”, contestó la abuela Vilma.
“Ah, y por supuesto colorearlas como lo hemos hecho
siempre”, añadió el abuelo Alejandro.
Cuando todos fueron a dormir, la pequeña Esmeralda se quedó
coloreando un pajarito de dulce que había moldeado con sus manos:
“Si resulta tan lindo como mis abuelos esperan, tal vez
mañana me lleven a la feria.”
Y delineó sus ojos de dulce con el hisopo más fino hasta que
le parecieron perfectos.
Esmeralda escuchó una música que venía del patio. “Es
extraño, no es el gallo, aunque ya casi amanece”, dijo la niña entre sueños.
Al salir vio con sorpresa al pajarito de dulce entre las
flores del jardín, y antes que pudiera decir algo éste le habló:
“No tengas miedo Esmeralda, vine a mostrarte los colores con
los que podrías pintarme.”
“¿Cómo podrías hacerlo?”, contestó Esmeralda. “¡Si apenas
tienes color en los ojos!”
“Sube a mi espalda”, la invitó el pajarito de dulce, “y te
mostraré cuántos colores he visto.”
“Jamás he visto colores tan bellos”, exclamó Esmeralda,
mientras volaban sobre las flores del campo.
“Siempre hay más colores que ver, si tienes paciencia”, dijo
orgulloso el pájaro de dulce.
“Estos colores son los que quisiera dar a tu pico”, dijo
maravillada la niña al ver las frutas maduras de la temporada.
“Siempre hay más colores que ver, si tienes paciencia”,
repitió el pájaro de dulce.
Antes que Esmeralda pudiera decir palabra, al pasar por los
árboles llenos de animales coloridos, el pájaro se adelantó a decir:
“Siempre hay más
colores.”
Zambullidos en el fondo marino, la niña se sorprendió ante
los tonos del coral, estrellas, medusas y caracolas. El pájaro de dulce solo
alcanzó a decir: “Blub – blub – club.”
Cuando aparecieron en el paisaje de la feria los vistosos
trajes de los bailantes con toda la gracia de su movimiento, los caballos del
carrusel, globos y algodones de azúcar, Esmeralda quedó muda de asombro. “¿Es
posible que existan más colores?”, pensó la niña. El pájaro de dulce sonrió.
“¿Es posible que existan más colores?”, preguntó Esmeralda
al pájaro de dulce en su viaje de regreso.
“Todos los que puedas imaginar”, contestó el pájaro.
“Todos los que puedas soñar”, alcanzó a escuchar Esmeralda
al regresar del maravilloso viaje.
Los abuelos ya estaban camino a la feria cuando Esmeralda
alcanzó a mirar por la ventana. “Esta vez tendré que quedarme”, pensó. “Por hoy
tengo muchos colores que recordar para pintar mi pajarito de dulce.”
Y empezó a mezclar las tintas para sorprender a los abuelos
con el más lindo pajarito de dulce que alguien haya pintado jamás.
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