— Es algo penoso y difícil, pero lo intentaré.
Salió de la cueva y siguió las huellas del ciervo hasta encontrarlo
reponiendo sus fuerzas.
Viéndola el ciervo, encolerizado y listo para atacarla, le dijo:
¡ Zorra miserable, no vengas a engañarme ! ¡ Si das un paso más,
cuéntate como muerta ! Busca a otros que no sepan de tí, háblales bonito y
súbeles los humos prometiéndoles el trono, pero ya no más a mí.
Mas la astuta zorra le replicó:
— Pero señor ciervo, no seas tan flojo y cobarde. No desconfíes de nosotros
que somos tus amigos. El león, al tomar tu oreja, sólo quería decirte en
secreto sus consejos e instrucciones de cómo gobernar, y tú ni siquiera tienes
paciencia para un simple arañazo de un viejo enfermo. Ahora está furioso contra
tí y está pensando en hacer rey al intrépido lobo. ! Pobre !, ¡ todo lo que
sufre por ser el amo ! Ven conmigo, que nada tienes que temer, pero eso sí, sé
humilde como un cordero. Te juro por toda esta selva que no debes temer nada
del león. Y en cuanto a mí, sólo pretendo servirte.
Y engañado de nuevo, salió el ciervo hacia la cueva. No había más que
entrado, cuando ya el león vio plenamente saciado su antojo, procurando no
dejar ni recuerdo del ciervo. Sin embargo cayó el corazón al suelo, y lo tomó
la zorra a escondidas, como pago a sus gestiones. Y el león buscando el
faltante corazón preguntó a la zorra por él. Le contestó la zorra:
— Ese ciervo ingenuo no tenía corazón, ni lo busques. ¿ Qué clase de
corazón podría tener un ciervo que vino dos veces a la casa y a las garras del
león ?
Nunca permitas que el ansia de honores perturben tu buen juicio, para
que no seas atrapado por el peligro.
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