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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Las tres hija del rey. Partes III


asistiera, ya que su apariencia era deplorable. Todos asistieron, mientras Alba quedó sola en la cocina. Su deseo de ver al príncipe pudo más que su prudencia, se puso su vestido de palacio y asistió a la fiesta.

Apenas Alba ingresó al salón, todos los presentes quedaron deslumbrados, principalmente el rey, que no reconoció a su antigua prometida, pues el tiempo y su gran voluntad la habían cambiado, convirtiéndo a la jovencita en una hermosa mujer. El rey invitó a Alba a bailar un vals, con la intención de conocerla. Al terminar la música, Alba se excusó y se marchó, dejando al rey desconcertado y con deseos de saber más sobre ella.

Por este motivo, el rey dio otro baile, al cual concurrió Alba, esta vez más impresionante, con su vestido de fiesta. Nuevamente acaparó la atención del rey, quien seguía sin reconocerla y bailaron toda la noche. Hasta que la princesa logró escabullirse sin ser vista.

El rey que ya estaba enamorado, decidió dar una nueva fiesta esperando a su amada. Alba concurrió con su vestido de novia y el rey no se desprendió de ella por temor a que nuevamente huyera. De todos modos, Alba se las ingenió para escapar y dejar al rey absorto.

Tras el nuevo fracaso, el monarca cayó en una enorme depresión. No comía ni tenía ganas de hacerse cargo de sus responsabilidades reales.

Fue entonces que la princesa Alba, le envió su anillo de bodas escondido en el desayuno. Cuando el monarca lo vio, se puso como loco y exigió que el responsable se presentara ante él. Cuando Alba llegó, el rey pudo reconocerla gracias al recuerdo que el anillo le había traído.

El rey se disculpó con la princesa por su conducta pasada y le ofreció matrimonio, el cual Alba aceptó encantada, con la condición de que invitasen a su padre a la boda. El rey aceptó encantado.

Durante el banquete de la boda, por orden de la nueva reina, se sirvió toda la comida sin sal. Los invitados dejaban la comida en sus platos, desalentados por la soséz de aquellos alimentos. Alba ordenó que les trajeran sal para sazonar el banquete. Fue entonces que el viejo rey comprendió lo que su hija había querido decir aquel día y cuán profundo e importante era su amor.

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